
La discusión sobre la diversidad sexual, las siglas LGBT, el orgullo gay, los derechos de estas minorías, la profusa visibilización, que para algunos puede entenderse como excesiva exhibición, nos invita a reflexionar sobre un tema vital; la muerte en contextos familiares, sociales y legales, en los que hay involucrados no heterosexuales.
Digamos que Ana y Elena son pareja desde hace treinta o cuarenta años, cada una de ellas tiene hijos, un hogar, un patrimonio común, no tienen las mejores relaciones con sus hermanos, primos, y la familia en general, pero una de las dos, muere; ¿qué ocurre? De acuerdo con el código civil, la sobreviviente en la relación no tiene ningún derecho sobre los bienes, a no ser que, estas, al saber su precariedad jurídica, hayan decidido establecer bienes mancomunados, lo que igual no exime a la descendencia, a obtener su parte, como una totalidad, de la parte correspondiente de quien ha fallecido, a su sucesor.
En un contexto distinto, si uno de los dos integrantes de un matrimonio establecido muere, el sobreviviente hereda la mitad de los bienes, más un porcentaje adicional y el resto se dividirá entre los herederos siguientes en la sucesión; hijos, etc.
Imaginemos que Pedro y Alejandro viven hace poco tiempo juntos, han comprado algunas cosas, tienen un apartamento, a nombre de uno de ellos, y de repente, la muerte les sorprende, uno de ellos ha tenido que irse antes de este mundo.

Comienza un tortuoso camino para el sobreviviente, lleno de trabas, vacíos, contrasentidos y la desventura de tener que convencer a los sucesores legales de que no tienen nada qué buscar allí, aunque el derecho diga otra cosa.
No hablemos ni siquiera de los derechos sobre el cuerpo, la disposición de los restos, los servicios funerarios, y un sinfín de trámites legales que siguen a la defunción de una persona.
La vida después de la muerte, para una persona de la comunidad LGBT, no es sencilla; al menos en un país en el que no han sido discutidas y aprobadas leyes que protejan a estas personas de tener que enfrentarse, innecesariamente a todas estas inconveniencias.
Aseguradoras, servicios de previsión de salud, funerario, derechos sobre la toma de decisión para procedimientos médicos, forenses, sucesión legal, incluídas las pensiones, seguros de vida, y otros activos que, en casos regulares, lo único que exigen de quien ha sobrevivido, es un papeleo incómodo, pero nunca un obstáculo que impida la obtención de aquellos beneficios naturales que derivan de una unión estable de derecho.
Esto es en lo concerniente a lo jurídico; ahora revisemos todo lo que pudiera concernir a lo socio y psicoemocional; las relaciones con la familia, la aceptación de esa unión, el apoyo indispensable con el que cuenta un viudo o viuda, cuando pasa a esta condición; ¿es igual para las personas que pertenecen a la comunidad LGBT?
Casi todos sabemos que las personas gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, transgénero, travestis, intersexuales, asexuales, queers, son, en muchísimos de los casos, personas marginadas, excluidas, no toleradas en su núcleo familiar, o toleradas con muchísimos condicionantes que, una vez que ocurre un deceso, tienden a revivir para hacer imposible el duelo de manera llevadera, a quien ha sobrevivido.
Las familias deberían ser un refugio para las personas que las integran, los familiares deberían estar allí, incondicionalmente, para apoyar a las personas, en su desenvolvimiento como personas libres, honestas y productivas, independientemente de aquellas decisiones que contravengan las creencias religiosas, los prejuicios o sesgos cognitivos, las inseguridades propias o cualquier otro argumento que no pueda sostenerse sin apelar a la opinión hipersubjetiva.

Una persona que ama a otra de su mismo sexo, o que ha cambiado su identidad legal, para adecuarse a su identidad psicológica, no es un criminal, ni un mal ejemplo de vida, ni un ciudadano de segunda, ni una persona inmoral; es una persona como cualquier otra, solo que su orientación o identidad sexual es distinta; nada más que eso.
Ana es maestra, certificada, profesional con mucho talento, ama a sus alumnos, ha enseñado a muchísimas generaciones, ha contribuido con el país, con su comunidad, con decenas de padres y representantes en una labor encomiable, Elena es artista, es sensible, creativa, carismática, su visión del mundo contribuye con el enriquecimiento cultural de la sociedad en la que produce su arte; Pedro es economista, graduado con honores, trabaja en un banco, es ejecutivo, su pasión es el senderismo, cumple con sus obligaciones legales, es generoso, ayuda a quienes lo necesitan, sin remilgos, sin ambages; Alejandro es comerciante, emprendedor, activo colaborador en el condominio, nunca se ha quedado con nada que no fuera suyo y todo lo que tiene es producto de su trabajo, honesto y esforzado.
Como puede advertirse, cualquiera de estas personas que hemos usado de ejemplos, no tienen malas costumbres, son profesionales admirables, están conscientes y cumplen sus deberes a cabalidad, solo les hace distintos a otros, el tener una relación romántica distinta de la que se cree es la más común, la mayoritaria.
¿Por qué entonces estas personas tienen que verse obligadas a soportar un trato distinto, lesivo a sus derechos, inconveniente para sus patrimonios personales, emocionalmente doloroso? ¿Qué les califica para sufrir, si como ciudadanos quizás han dado más que sus pares heterosexuales? ¿Un versículo de la Biblia? ¿Una creencia religiosa? ¿Una idea moralista atascada en el tiempo? ¿Un prejuicio sostenido por falacias e inseguridades personales?
Es tiempo de reflexionar seriamente, de encontrar caminos de encuentro, de entender que el mundo es mucho más amplio de lo que quisiéramos, de que nuestras creencias no son la verdad absoluta, de que ni siquiera sobre nuestros hijos, podemos mandar, una vez que han asumido quiénes son, con valentía, con orgullo.
Aceptar, tolerar, reconocer, esos verbos hacen mucha falta, para entender que el tiempo que nos ha tocado vivir no es el peor de los tiempos, sino el oportuno para transformar a la humanidad en un concierto de armonías sostenido en las diferencias.