
El carnaval es una de esas muchas fiestas que pueden remontarse a la antigüedad y que tiene su origen en el encubrimiento simbólico de algún misterio psico-social, para su digestión desde una perspectiva cultural, lúdica o simplemente conectada a la Tradición.
El carnaval es la última festividad invernal, el cierre de una estación llena de privaciones, en la que, a pesar del aprovisionamiento, comienzan ya a escasear los insumos en el hogar; también el carnaval es la puerta de entrada a la primavera, y una manera de celebrar esto, evidentemente, es con el consumo excesivo de carne y vino.
Por eso, la celebración tradicional del carnaval está relacionada con el exceso, como una especie de declaración colectiva del deseo de abundancia, del remate de los recursos para renovar la despensa, una voluntariosa y desenfrenada manera de decir adiós a la carestía propia del invierno y hola a la prosperidad que trae consigo la primavera.
El carnaval cristiano, sin embargo, ocurre justo antes de comenzar la cuaresma; es decir, ese momento de desenfreno es una especie de catarsis, previa a la sumisión del cuerpo al espíritu.
El carnaval cristiano encuentra en la mascarada, en el disfraz, en el encubrimiento de la personalidad, un secreto: el hombre que solo goza del placer, que se entrega a los vicios, que no tiene control, es un hombre que no se reconoce a sí mismo ni pueden otros reconocerle, cómo es en realidad.
Solo se conoce de él, la máscara, el disfraz, la indumentaria que oculta su verdadero yo, detrás de ese personaje festivo, está el ser humano real, que durante la cuaresma vivirá un proceso de introspección, de autocontrol, de dominio sobre sus pasiones, dejando caer esa máscara hasta encontrarse a sí mismo, en toda plenitud de consciencia.
En nuestro país el carnaval es una festividad relacionada con la playa, el mar, el jolgorio se traslada a ese lugar, en el que el desnudo se hace presente; interesante manera hemos tenido de festejar el carnaval; pues, a pesar del desenfreno y del jaleo, nos declaramos auténticos, genuinos, nos despojamos de la ropa, nos metemos al mar, nos atrevemos a decirle al mundo: así es como somos.
No somos sociólogos ni pretendemos hacer un análisis exhaustivo del gentilicio venezolano; pero, quizás esto nos permita comprender por qué en nuestra psique colectiva causa tanta resistencia el tema de la moderación y el respeto a los límites; el cuidado de las formas y el cultivo de la virtud como un asunto de beneficio propio y para la comunidad, y no como medida punitiva.
No obstante, el carnaval es parte de la vida, celebrémoslo con la consciencia de lo que significa, y encontremos en él, razones para mejorar, para ser auténticamente felices, dichosos y trabajar, esforzadamente, por nuestro bienestar.