
TENER LA RAZÓN
La razón es la capacidad que posee la mente humana para establecer relaciones entre ideas o conceptos y obtener conclusiones o formar juicios.
Muchos de nosotros hemos crecido creyendo que la razón es únicamente posible cuando se ejerce la lógica científica; es decir, cuando vivimos apegados a los criterios del modelo teórico, que consiste en formarse una hipótesis y validarla a través de experimentación, sobre todo si es cuantificable, es decir, recurrente, es decir, perceptible por la mayoría.
La razón, sin embargo, tiene otros vehículos que son tan relevantes como la lógica científica o la argumental; el pensamiento filosófico, por ejemplo, no establece verdades contingentes, las ciencias sí, porque a diferencia de estas, el pensamiento filosófico no observa los fenómenos de manera descriptiva y especializada, conduciendo a una verdad temporal, siempre sometida a cambios en el futuro, cuando un nuevo fenómeno aparece para refutar o ampliar el rango de observación.
El pensamiento filosófico nos permite dar sentido a nuestra cosmovisión, articular nuestro comportamiento ético, con el paradigma cultural o contrastarlo, haciéndonos portadores, transmisores o, incluso, creadores de cultura; el pensamiento filosófico, entonces, también nos permite entender los problemas que surgen como resultado de los cambios naturales que existen entre una generación y otra, a la luz de la cultura, pero en un tono más profundo, reflexivo, invitándonos a considerar aspectos no visibles, metafísicos y metacognitivos, es decir, nos invita a pensar en el pensamiento, y en los conflictos conceptuales de una sociedad cuando no está pensando.

Así mismo, el pensamiento filosófico nos da parámetros para este diálogo que elaboramos con nosotros mismos, con la esencia misma de la Tradición, por lo que nos motiva a considerar los indicios que señalan las verdades trascendentes, implícitas en el arte, en los mitos, en los juegos, en las expresiones folclóricas, en la lengua cotidiana, en las relaciones de poder, en la política, en las instituciones fundamentales, como la familia, el matrimonio, la maternidad, la paternidad, la fraternidad; esta invitación nos conduce al estudio de los símbolos, de los arquetipos, al análisis lógico, pero abierto, del comportamiento humano, en términos tolerantes, y reverenciales, porque la condición humana es única y maravillosa.
Pero no solo el pensamiento filosófico se contrapone al pensamiento o a la razón científica; también la imaginación, como vehículo para la creación artística y para la construcción de un lenguaje creativo, es una forma de razón, o un vehículo que nos permite aprender de nuestra propia humanidad y del entorno natural o artificial que habitamos.

Los artistas comprenden la inteligencia de todos los seres vivos, plasman, en su obra, con un lenguaje velado para el lego, ese diálogo que sostienen con su entorno, con el sujeto que inspira el producto; el producto en sí mismo no es el código, pero sí la llave que da acceso al código, pues a través de la música, de una pintura, de la escultura, de una obra arquitectónica, de una fotografía, de una obra cinematográfica, de una obra de teatro, de una obra literaria, entendemos el mundo desde la mirada del artista, y puede que ese mundo se parezca o no al nuestro, pero es tan válido y posible que nos maravilla.
El racionalismo y el objetivismo científico pueden ser castrantes, sus verdades son cambiantes, mutables; mientras que las verdades que se obtienen del pensamiento filosófico y del mundo de las creaciones artísticas, con frecuencia son inmutables, atemporales y constituyen un sustrato ético mucho más complejo.
Aprender a pensar, a usar la razón, más allá del parámetro de lo evidenciable, demanda de nosotros un gran compromiso con nuestra propia humanidad; y nos regala la oportunidad de encontrarnos allí, desnudos, frente a nosotros mismos, como somos, para celebrar la vida.