
TODO SOBRE EL AMOR
En la antigüedad no existía una sola palabra para describir el concepto de amor, en la cultura grecorromana, por ejemplo, existían varios términos que aludían a distintas modalidades del amor; por ejemplo, el amor que se prodigan los amigos, los hermanos, los amantes, entre otros; estas modalidades de amor se configuran de acuerdo con el grado de proximidad y el rol que tiene cada relación.
El amor a la patria, por ejemplo, es un compromiso que se hace explícito siendo el mejor ciudadano posible, el amor a los hijos, se demuestra a través de una mesurada preocupación por el desarrollo de su autonomía y de un pensamiento crítico sobre sí mismos y sobre el mundo que les rodea.
No es amor, el fervor nacionalista que impulsa a algunas personas a descalificar otras nacionalidades o etnias; tampoco es amor la imposición de nuestros esquemas morales, creencias, prejuicios, inseguridades, en los hijos, condicionándolos a ser lo que deseamos que sean y no lo que ellos mismos podrían ser, aprendiendo a ser autónomos. El amor suele definirse como un sentimiento, pero de acuerdo con los especialistas, el amor es una actitud que se expresa, en lo racional, como un conjunto de principios y valores y que tiene un alto componente mitológico, es decir, está altamente impregnado de símbolos; en lo emocional, en efecto, es un sentimiento que se nutre de todas las emociones, integrándolas en positivo, es decir, es motivación al logro, celebración o dicha, reflexión y comprensión del otro y organización y estímulo.
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El amor, como comportamiento suele contener una carga elevada de afectos, debe haber una presencialidad, un acercamiento, para que exista amor, la persona que prodiga debe sentirse próxima al otro; luego esta persona, aceptando y estimando lo que el otro es, en esencia, le entiende y le comprende y puede servirle como apoyo, para mejorar.
El amor maternal suele venir muy revestido de una enorme carga hormonal, por cuanto acostumbra a ser un tanto visceral; esta condición natural, es conveniente entenderla para resignificarla; las personas necesitamos estímulos positivos para fortalecer nuestra autoestima, nuestro amor propio, pero también necesitamos conflictos y desafíos que nos permitan crecer y desarrollar nuestra valentía, nuestro sentido de la justicia y de la integridad.
Un amor tan visceral puede distorsionar el rol maternal y convertirlo en un amor sobreprotector, afectando el desarrollo de los hijos considerablemente; como también puede convertirlo en un amor castrador, teniendo el mismo efecto, un subdesarrollo de la persona que se evidencia en ciertas incapacidades emocionales, pero también conductuales.
Los amores pasionales, viscerales, conviene entrenarlos para hacerlos más moderados y que tengan el efecto deseado; los amores románticos, culturalmente son asumidos como contratos de propiedad; la exclusividad es un acuerdo, un acuerdo que debe respetarse, pero que tiene límites muy claros; las parejas suelen ser de dos personas, y cada una de ellas, necesita su propio espacio, necesita amigos, familia, retos propios, escenarios en los que pueda demostrar su valor único, un espacio para sí mismo, de no tenerlos, la pareja podría enfrentarse a la complejidad de una enajenación de la individualidad.
La forma más efectiva de lograr la armonía en pareja suele ser aprendiendo a sostenerse como una comunidad, más que como un colectivo; en una comunidad, cada individuo tiene características que aportan pluralidad a la misma, mientras que, en un colectivo, se privilegia la uniformidad; así, en una pareja, que luego será una familia, la pluralidad es importante, porque los objetivos, los intereses y aspiraciones comunes pueden cumplirse, siguiendo distintas rutas y no una sola.
Reconocer que el otro tiene valor, el mismo valor, permite establecer una relación entre iguales, una comunidad dialoga, un colectivo jamás está abierto al diálogo porque la uniformidad desconoce al individuo, supone que una personalidad colectiva tiene una sola cosmovisión, una sola emoción y por consiguiente, una sola conducta admisible.
Las formas o modalidades del amor permiten un establecimiento claro, provechoso, de las relaciones, admiten la variedad, la diversidad, las diferencias, estimulan el diálogo, el consenso, los acuerdos, no se inhiben, pero tampoco se imponen. En toda relación, incluso en la que tenemos con vecinos, con compañeros de trabajo, con clientes, puede surgir el amor, porque el amor es una fuerza que moviliza todas nuestras emociones en una dirección generativa, es decir, el amor es siempre constructivo y sirve como sustrato para el desarrollo.
¿QUÉ AMOR DEBEMOS CULTIVAR PRIMERO?
Es difícil privilegiar un amor a otro, porque el amor es como la libertad, absoluto; sin embargo, para la tradición judeocristiana, dos son los mandamientos fundamentales; conocidos como la regla de oro en ambos puede haber una clave:
Amar a Dios sobre todas las cosas, podría apuntar al reconocimiento de una fuente de vida, un origen común a toda la creación, un horizonte moral, ético que nos impulsa a ser mejores, que debe prevalecer por encima de todo lo demás, porque nuestro compromiso con esta idea nos da la posibilidad de entendernos con un aspecto muy profundo de nosotros mismos: nuestra espiritualidad.
Seguidamente, amar al prójimo como nos amamos nosotros mismos; y aquí tenemos dos niveles parejos de amor, primero, el amor propio, desarrollarlo implica, sentirnos comprometidos con nosotros mismos, dueños de nuestra personalidad, íntimamente ligados a nosotros mismos, aceptando lo que somos y admitiendo que no podemos, ni queremos ser otros, y mejorando permanentemente, no para ser otros, sino para ser la mejor versión de nosotros mismos.
Pero el amor propio no puede convertirse en la excusa para no preocuparnos, o sentir la cercanía del otro; tal y como nos amamos a nosotros mismos, debemos amar al prójimo; es decir, que el mismo grado de compromiso que tenemos para con nuestra vida, debemos tenerlo para con la vida de quienes nos rodean, de quienes conforman nuestro círculo íntimo, y para con quienes comparten con nosotros un propósito común.
El amor por el prójimo no está por debajo ni por encima del amor propio, sino al mismo nivel; de modo que, si procuramos alimento y el alimento más placentero para nosotros, también debemos procurar alimento y tan placentero como el nuestro, para el otro.
Este desarrollo bidimensional del amor, en el que hay un nivel superior de amor espiritual y uno inferior, de amor vinculante con nuestros semejantes, contrasta con el desapego que se promueve en las filosofías orientales, pero al mismo tiempo se completa, porque el desapego, es decir, el cúmulo de inseguridades que nos mueven a creer y buscar la uniformidad, nos permiten encontrar el auténtico amor.
¿AMAR ES ACEPTAR?
Amar es aceptar, la aceptación es un elemento cardinal; pero no confundamos la aceptación de las personas tal como son con la aceptación de sus comportamientos.
Yo acepto que eres enérgico, audaz y consecuente; pero no puedo aceptar que me avasalles, que me menosprecies, como resultado de tu obstinación, terquedad y personalidad impositiva; te acepto porque reconozco en ti aspectos positivos que me permiten acercarme a ti, pero no acepto que los aspectos negativos de tu personalidad lesionen mi integridad.
Aceptar al otro es verle como igual, todos estamos conformados de luces y sombras, todos tenemos virtudes y defectos, todos somos capaces de mirarnos y de mejorar, con los estímulos adecuados; cuando aceptamos al otro, lo hacemos desde nuestra intención tolerante, vinculante; pero si el otro nos agrede, no hay motivo para aceptar la agresión.
La asertividad, nos permite entonces poner límites a esa aceptación; habrá ocasiones en las que, la agresión sea tan sistemática, tan profunda, que lo mejor sea alejarse, pero siempre, antes de alejarnos, debemos agotar toda alternativa de diálogo para mejorar.
Somos asertivos cuando sabemos manifestar concretamente lo que sentimos y deseamos del otro; decir: ¡vete, que me molestas! No es ser asertivo, decir: ¿puedes darme un segundo para reponerme?, me he sentido herido con tu actitud. Es la forma correcta; desprendernos de los “ME” es esencial para hacer que el amor se exprese en nuestras relaciones.
No es igual decir: me dañaste la cocina, porque me tienes rabia; a decir: dañaste la cocina; lo que nos afecta a ambos. En el primer caso, nos asumimos víctimas de otro, mientras que, en el segundo caso, asignamos una responsabilidad; alguien dañó la cocina, y describimos el efecto: eso, nos afecta a ambos; por cuanto, podríamos rematar con: ¿cómo propones que solucionemos esto?
Cuando nos comunicamos asertivamente, tendemos a poner el problema en su justa dimensión y buscamos una solución racional; sin acusaciones, sin dramas innecesarios, sin cuestionamientos o reprensiones que no vienen al caso; como, por ejemplo: ¿por qué dañaste la cocina?, quizás la otra persona no tuvo intención de dañarla, es lo más seguro, así que contestar a esta pregunta puede ser difícil e incómodo y solemos muchas veces hacerlo: ¿por qué me mentiste? ¿por qué no me recogiste a tiempo? ¿por qué me dejaste hablando solo? ¿por qué te comprometiste a hacer eso? ¿por qué apagaste el teléfono? No todo tiene un por qué, ni los porqués tienen que dilucidarse para resolver una situación.
Amar implica aceptar y aceptar también implica comunicarnos de manera efectiva, asertivamente.
En conclusión: el amor tiene distintas modalidades, todas parten de una misma actitud que tiende a hacer de nuestras relaciones, vínculos armónicos que nos permiten crecer emocional, social y espiritualmente; el amor es una fuerza que moviliza nuestras emociones en una dirección constructiva y que nos permite entender con el intelecto, que los otros son tan valiosos como nosotros, por lo que nos ayuda a construir comunidades saludables.
El amor es tolerante, pero no es una excusa para tolerar la violencia, la agresión o la lesión a nuestra integridad física o psicológica; el amor, es, sin duda, la razón por la que se establecen los límites entre las personas, porque el amor al otro, no puede superar al amor propio, y viceversa.