
COMO LA PRIMERA VEZ
La vida consiste en el constante aprendizaje y reaprendizaje; los seres humanos podemos llegar a tener tantas primeras veces, tantas primeras experiencias, como días; pues desde que abrimos los ojos al mundo, comenzamos a percibir lo que nos rodea con asombro y un deseo, que va exaltándose a medida que vamos creciendo, de explorarlo, conocerlo y vivenciarlo, todo.
el vientre materno, para que nos familiaricemos con los sonidos, la voz de papá, de mamá, de los familiares y amigos más cercanos, también con música que, tiene ciertos efectos en el diminuto cerebro que ha comenzado a memorizar y a procesar toda esa información, de manera muy rudimentaria, pero efectiva.
Ahora bien, no importa cuántas veces oigamos la voz de papá y mamá, la cara de sorpresa de un bebé cuando oye esas voces nuevamente, al poder mirar los rostros de quienes la emiten, siempre nos resulta poética; ahora no es solo un sonido, hay una imagen que se forma inmediatamente en la memoria del niño.
Pasa lo mismo cuando estudiamos; aprendemos a hacer operaciones aritméticas desde primaria, pero si nos graduamos de ingenieros o economistas esas operaciones, abstractas, cobran sentido en los cálculos estructurales o en las previsiones financieras que trazamos y que luego miramos en el comportamiento del mercado o en la solidez de una estructura.
Aprendemos y reaprendemos permanentemente; y las primeras experiencias nos dejan, casi siempre, maravillados; aunque siendo honestos, hay primeras experiencias que no son agradables; sobre estas no nos centraremos ahora.
Durante nuestra primera y segunda infancia queremos tocarlo todo, sentirlo todo, experimentarlo todo, el deseo de conocer el mundo, es potente; ese vigor, sin embargo, pareciera irse decantando en la medida en que van apareciendo ciertos prejuicios, miedos infundados, una cultura de la prevención excesiva que nos hace convertirnos en seres más cautos.
La temeridad de los niños los impulsa a ser siempre primeros, competitivos, a querer ir más lejos, pero también a darse cuenta de que muchas veces los efectos no serán muy agradables; esos sinsabores, esos fracasos, esas caídas, esos accidentes producidos por la temeridad también nos enseñan, entonces aprendemos de todo, sea bueno o sea malo lo que nos pase.
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¿Puede recordar usted, la primera vez que se cayó? ¿puede recordar qué es lo que intentaba? Quizás no se acuerde, no solemos tener una memoria tan prodigiosa, pero tal vez le contaron, pues casi siempre nos caemos, cuando estamos probando nuestra bipedestación; nos levantamos, damos unos pocos pasos, y ¡plum! Nos desplomamos, nuestras rodillas, no son lo suficientemente fuertes para soportar nuestro peso, pero si no hacemos un segundo, un tercer, un cuarto intento, seguro que esas rodillas no se harán firmes para caminar.
Intentarlo, muchas veces, después de la primera vez, es esencial cuando queremos desarrollar una habilidad, cuando deseamos conquistar una empresa; no basta con dos o tres veces, si seguimos cayendo, pero levantándonos para seguir, vamos a fortalecernos y prevaleceremos.
¿Primeras veces y transiciones?
Toda primera vez implica un cambio; un cambio que, generalmente, viene ocurriendo antes de que ocurra la primera vez; la imaginación es un motor muy potente; las ideas que se nos ocurren, acerca de lo que nos rodea, van anidando y nutriéndose de nuestra inquietud, hasta que podemos hacerlas realidad.
La primera vez que damos un beso, el estímulo suele ser el enamoramiento, el deseo de que la persona que nos atrae nos corresponda, surge entonces la hipótesis: si esa persona me gusta, quizás yo también le guste; y una contingencia: y si no le gusto, puedo asegurarme de que, con el trato apropiado, logre gustarle.
Luego entonces comienza el cortejo, una exhaustiva investigación sobre los gustos, tiempo invertido en conocerse, en aprender de la persona, en mirarla a detalle, en producir las impresiones más favorables a nosotros, todo ello ocurre sin que haya habido un beso, todavía; pero las energías están puestas en eso.
Llegado el tiempo, si hay correspondencia y en un ambiente propicio para la ocasión, ocurre, por primera vez, la consumación de nuestro deseo y esa primera vez nos tomó algún tiempo, nos tomó desplegar toda nuestra energía creativa, disponer del valor y la integridad suficientes para lograrla; digamos, que esa primera vez no será la única que nos cueste tanto.
Las primeras veces suelen ser desencadenadas por transiciones, procesos que vivimos por etapas, que nos permiten progresar hacia una nueva concepción de la vida; descubrimientos complejos que nos transforman individual y profundamente; estos procesos, cuando son inconscientes, tienden a producir ansiedades, pero cuando se viven de manera consciente y con una guiatura apropiada, se experimentan con cierto grado de control que nos hace vivirlos desde una posición mucho más cómoda.
Luego de una primera vez, ya no hay otra primera vez; en la misma cosa, porque las primeras veces no se acaban nunca, mientras vivimos: si aprendemos a anudarnos las trenzas de los zapatos, mientras no sabemos, dependemos de otros, cuando ya lo sabemos, somos autónomos, y volvernos autónomos nos hace ir en busca de nuevas experiencias; en el ejemplo de los zapatos, la primera vez que lavamos nuestros zapatos demostramos una competencia superior, y luego una más específica todavía, sería la primera vez que reparamos nuestros propios zapatos.
En la medida en que nos vamos haciendo grandes, más autónomos, en la medida en que vamos conquistando primeras veces, también vamos elevando el grado de complejidad de nuestras primeras veces.
Quienes han aprendido a volar, saben que los primeros vuelos reales, son en aeronaves pequeñas, y para aprender a volar aeronaves más grandes, deben acumularse un montón de horas de vuelo; los pilotos militares que entrenan con aeronaves más sofisticadas, saben que haber volado la generación anterior no basta, hay todo un mundo nuevo qué descubrir; las primeras veces que se van haciendo más complejas, van significando también transiciones más complejas.
Primeras veces, definitivas.
Cuando fuimos a la escuela, muchos de nosotros aprendimos cosas que, quizás con el tiempo, comenzamos a cuestionar; la historia, por ejemplo, consiste en la compilación de numerosas evidencias que, a la luz de nuevas investigaciones, puede darnos otras perspectivas y, por consiguiente, renovadas versiones.
Todo lo que vivimos por primera vez, puede revivirse, de un modo distinto; digamos que nuestra primera vez manejando, fue un completo desastre, un fracaso estrepitoso, pero seguimos intentando y encontrando nuevos métodos para hacernos más diestros en el manejo de un vehículo; las veces que lo intentamos de manera distinta, que vamos por otros caminos para llegar al mismo lugar, que hacemos cosas diferentes, para tener resultados distintos sobre un mismo objeto, configuran nuevas primeras veces.
Por eso, para reaprender, hay que desaprender; esto no es más que abrir espacio en nuestra mente, para encontrar un modo distinto de hacer algo que ya intentamos o renovar una creencia que teníamos y que hemos verificado está desactualizada; los científicos y los artistas suelen ser, muchas veces, grandes desaprendedores, necesitan probar muchas veces la misma cosa, formular nuevas hipótesis y para ello deben descartar las anteriores.
La vida, quizás no sea un laboratorio o un taller de pintura, pero sí requiere que encontremos nuevas vías para lograr objetivos que nos hemos propuesto; cuando surgen adversidades, desafíos, obstáculos, es importante que estemos preparados, que desaprendamos lo que creemos saber, abramos espacio para nuevas ideas, ampliemos nuestros horizontes y entendamos que una primera vez no es una vez definitiva.
La vida está llena de primeras veces, tantas como queramos, son infinitas, y solo hay una primera y última vez; cuando morimos, no tenemos oportunidad de revivir esa experiencia, de otro modo, es la única vez que no podemos ensayar.
Hay personas que suelen referirse a la vejez en términos de una vida ya vivida; la vida está vivida cuando llega a su término, mientras queden días por delante, todavía puede ser vivida, a plenitud; las primeras veces no se acaban, pero como hemos dicho antes, definitivamente si se vuelven más complejas.
Sin embargo, nunca es tarde para vivir nuevas experiencias, para aprender, desaprender y reaprender; nunca es tan tarde, para no intentar vivir al máximo, no solo haciendo aquello que deseamos hacer; sino entendiendo, tomándonos un minuto para comprender, aquello que nos cuesta entender, que no comprendemos, sobre lo que, quizás tengamos una opinión ya formada que podría estar equivocada, que definitivamente puede ser mirada con otros ojos.
Las primeras veces no solo son acciones concretas, recordemos que muchas primeras veces, comienzan en la imaginación, con ideas, y muchas veces allí terminan: aprendiendo una valiosa lección, que nada está escrito sobre piedra.