
VIVAMOS AGRADECIDOS
Solemos concebir la vida como un derecho; “tenemos derecho a la vida” solemos repetir y, en cierto modo, así es, pero, ¿no contrasta esta concepción de la vida, con la óptica espiritual que tenemos de nuestra vida?
Una perspectiva tan pragmática de la vida no contradice en lo más mínimo, la concepción espiritual de que la vida es un don, un regalo y ante ciertos desafíos, un préstamo; ¿somos propietarios de nuestra vida? Sí ¿podemos reclamar ese derecho absolutamente? ¡Por supuesto! ¿usted, sabiendo que existe una fuente de vida, superior a cualquiera de nosotros, una inteligencia suprema que determina nuestros destinos, puede afirmar con certeza que es dueño, incontrovertiblemente, de su vida? Y comenzamos a dudar.
No dejes de revisar ¿Cómo Elegir la mejor previsión funeraria?
Insistimos, para fines muy pragmáticos; como defendernos de otros e interactuar en este mundo, pues sin duda que podemos reclamar nuestra vida como la propiedad más esencial, pero frente a una enfermedad o el simple hecho de estar sujetos a un tiempo efímero, limitado y además incierto, la vida deja de pertenecernos para ser nada más que un don, una dádiva que nos va a ser retirada en su momento.
Entonces, ¿Para qué cuidar lo que no es nuestro?
Vivir como si nuestra vida no nos perteneciera, puede resultarnos complicado; ¿para qué vamos a cuidar algo que, a fin de cuentas, nos van a pedir de vuelta? Pues, imaginemos por un momento que vemos en la biblioteca de un amigo un libro, uno tan llamativo que deseamos leer con mucha intención; además, hemos oído que es maravillosamente instructivo, que quien lo ha leído ha cambiado para siempre su perspectiva de la vida y ha logrado el éxito; imaginemos que se lo pedimos prestado, y este nos hace la advertencia de rigor: llévatelo, pero me lo debes devolver; sin poner fecha límite, sin hacer más aclaratorias que: me lo tienes que devolver. ¿Dejaríamos ese libro, que tiene tanto valor, que nos ha sido prestado por un tiempo breve o prolongado, no lo sabemos, pero si limitado, para leerlo “después”? Nos parece que no, ¿cierto?, tan pronto como tengamos el libro en nuestras manos, devoraríamos cada página y si nos es posible, incluso sacaríamos copia de sus páginas, para tenerlo por más tiempo

Del mismo modo hacemos todos los esfuerzos por prolongar nuestra vida, por aprovecharla, mientras la tenemos, mientras es “nuestra”, la cuidamos, la enriquecemos, la miramos como una oportunidad única, aun cuando haya quienes creen que regresamos en otros cuerpos, la vida que vivimos, esta, en esta corporeidad, en esta época, es una sola vida, una vida irrepetible, lo que hagamos o dejemos de hacer, no podrá repararse, en esta vida.
El valor de la vida y la gratitud.
Los griegos clásicos, que fueron una sociedad muy sabia; construyeron una alegoría para significar la gratitud: las cárites o Gracias, eran tres diosas que, hoy, nos sirven para revelar aspectos arquetípicos o cualidades inherentes a nuestra humanidad.
Las cárites o Gracias eran tres: Aglaia (encanto), Eufrosine (alegría) y Talía (abundancia), estas siempre van juntas y presiden todos los momentos de placer; para los griegos al parecer, el placer, expresión más sublime de la vida, debía contener un poco de encanto, inteligencia, elocuencia, también gozo, alegría, diversión y debía estar provisto de bienes.
En la religión griega las Gracias bendecían las vidas de las personas; lo pensamos así: la gratitud, o dicho de otro modo, el vivir para desarrollar nuestro intelecto, aprovechando cada conocimiento para entender a otros, para abrirnos a nuevas experiencias t al mismo tiempo, sabiendo encontrar razones para celebrar, aunque estas sean pequeñísimas, y trabajar, poner nuestras habilidades al servicio de nuestra propia prosperidad, no para acumular, sino para gozar de los bienes que hemos producido, definitivamente hacen que una vida sea bendecida.

El valor de la vida se mide entonces en esa capacidad que tenemos para: pensar y cultivar el conocimiento, no como un objeto inamovible que nos impide ver al otro, sino como instrumento para entender, para relacionarnos con el mundo; la inteligencia no se trata de saber describir las cosas, sino de saber cómo aprovecharlas y valorarlas, para encontrar siempre medios de celebrar, de celebrar los grandes acontecimientos y también los pequeños, los instantes, para gozar y reír, sin mezquindad, sin espacios para el martirio, para el sufrimiento innecesario.
La gratitud, representada por las Gracias griegas, nos permite vivir una vida de abundancia; pues no trabajamos para esclavizarnos, para atarnos a la oficina, al negocio, para imponernos rigores innecesarios, trabajamos para darnos placeres, para consentirnos, para disfrutar la riqueza invirtiéndola en nosotros mismos, en aquello que nos da plenitud: una bonita casa, con muebles cómodos, equipos tecnológicos que nos permitan ver, con confort, una buena película, vacaciones a lugares verdaderamente maravillosos, que nos abren un panorama distinto del mundo.
Agradezcamos al entregar.
Este hermoso regalo, único e irrepetible, en el que tenemos la oportunidad de criar hijos, de disfrutarlos, gozarlos, ver cómo se convierten en personas autónomas, con sus propios pensamientos y dueños de sus propios destinos, en el que podemos dejar legados que trascienden lo biológico y material, convitiéndonos en personajes renombrados, exitosos, prestigiosos, dándole honor a nuestra familia.
Este incomparable y efímero préstamo que, tarde o temprano, debemos devolver, merece ser tratado con gratitud, añadiéndole y enriqueciéndolo para nuestro beneficio, sacándole el máximo provecho y al final, cuando llegue la hora, cuando estemos frente al propietario, entonces poder mirarlo a la cara, sonrientes, agradecidos y entregarlo, impecablemente usado, maravillosamente protegido, preservado de cualquier daño que le pudiera ocasionar su deterioro.

No es el cuerpo, no es lo que hemos obtenido y trabajado, lo que entregaremos, eso lo dejaremos aquí, lo que se nos va a pedir, y por lo que debemos agradecer, es aquello que nos impulsa, esa chispa divina que nos empuja a Ser, el hálito que nos ha infundido el creador y con el que hemos dado vida a otros; porque lo que nosotros no sabemos, muy a menudo, pero es un hecho, es que, quien ha disfrutado su vida, quien la ha vivido con gracia, ha dado vida, ha compartido su regalo, con todos los que le rodean.
Vivamos agradecidos.