
¿REGRESAN LOS MUERTOS?
A lo largo de las eras se ha ido construyendo, en el imaginario de la humanidad, una serie de mitos relacionados con el espacio y el tiempo que acontece luego de la muerte; el reino de lo desconocido, reconocido como sobre-natural o para-normal, porque trasciende lo que puede ser físicamente mensurable, científicamente objetivable, nos llama la atención, nos atrae con una fuerza seductora impresionante; al punto de que, cualquiera de nosotros tiene un relato que tiene que ver con alguna aparición o experiencia extra-sensorial.
Quizás, el deseo de sentirnos resguardados, protegidos, por los seres que amamos, sentir su presencia, sus cuidados, atribuyéndoles a estos un lugar de preponderancia en nuestras vidas, y dándoles la posibilidad de vivir activamente, en el lugar a donde hayan ido, en vez de creer que descansan, que duermen, en un reposo que nos negamos a considerar como posible, pues la eternidad no puede pasarse en el letargo, nos obliga a generar un mundo en el que aparecen, realizan mediaciones, intervienen en nuestra realidad y nos ayudan a superar momentos que nos sobrepasan.
Si esto es verdad o no, depende de usted, de sus propias experiencias, de sus creencias, de su historia personal; lo que sí es cierto e incontrovertible es que numerosos pueblos antiguos nos legaron celebraciones o hitos en el año que nos recuerdan que el mundo de los vivos y el mundo de los muertos, pueden mezclarse, abriéndose portales que les permiten a nuestros seres queridos volver, visitarnos, y viceversa.
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Los pueblos mesoamericanos, tanto los mayas, como los mexicas y quienes les precedieron, remontándonos hasta las civilizaciones toltecas, consideraban al Inframundo como un reino particularmente importante, cada cierto tiempo celebraban la memoria de sus ancestros y rendían culto a las deidades que regían sobre el mundo de los muertos como forma de agradecerles y congraciarse con ellos; también los egipcios y sumerios festejaban un momento dedicado enteramente a los difuntos.
Los pueblos del lejano oriente rendían, habitualmente, culto a sus ancestros, a sus difuntos, invitándoles y obsequiándoles objetos de valor que les permitían volver y darse la oportunidad de reconciliarse y trascender.
Con la aparición del cristianismo, las persecuciones romanas produjeron numerosos mártires; muertos por la fe, vinieron a ser recordados, a menudo como Santos, en el calendario se apartó un día del año para venerarles, reconociendo su valor y su entrega, y justo después también los fieles difuntos, devotos, consagrados, sin importar si fueron mártires o entraron al descanso eterno de un modo pacífico, también serían recordados; en una fiesta que coincidía con la celebración druídica del punto medio entre el equinoccio de Otoño y el Solsticio de Invierno.
Este sincretismo entre el cristianismo y la religión celta terminó configurando al mes de octubre, en todo Occidente, como un mes en el que se dan auspicios y se conmemora a los seres queridos que han pasado al más allá; aunque formalmente la celebración de los Fieles Difuntos ocurre el segundo día de noviembre, no es menos cierto que festividades venezolanas como “La Llora”, “Akaatompo” o el “Día de Muertos” mexicano, se preparan con antelación e incluso se mezclan, en la cultura posmoderna, con la anglosajona Halloween; la víspera de todos los santos.
Así, calaveras, esqueletos, presentes vistosos, arreglos florales, danzas, comidas y toda una trama alrededor del retorno de los difuntos, se convierten en adornos, con que se recuerda que, más allá de toda imaginación, de toda distracción, hay un mundo al que vamos y del que, podemos volver, no a voluntad, pero sí por con propósitos que suelen desconocer los vivos y que, muchas veces se confunden.
El miedo asociado a la muerte y a los muertos, puede hacernos pensar que fiestas como Halloween o cualquier otra, como Día de Muertos, rinden culto a deidades paganas, o festejan asuntos muy oscuros que poco o nada tienen que ver con el reino de la luz, de sublime paz; la verdad es que son tan antiguas que nos sería muy difícil precisar esto, pero lo que sí queda claro es que nuestros difuntos no dejan de estar presentes, que la mayoría creemos que están siempre a nuestro lado, que nos protegen, nos cuidan, intervienen cuando es importante hacerlo y que una vez al año, quizás, pueden trasponer el velo que los separa del mundo físico, para revelarse.
La polémica puede continuar, seguro que lo hará, habrá quienes estén a favor o en contra de ir pidiendo dulces en homenaje a ese sublime portal que les permite la entrada a los que han pasado al más allá, habrá quien considere que es excesivo ponerles pan en los cementerios, o ir a acomodar sus lápidas y pasar un día dedicándoles tiempo y un lugar importante en el recuerdo, pero no podrán negar que creamos lo que creemos y creemos lo que creamos.
Celebre usted o no, tómese el tiempo para reflexionar en la vida más allá de esta vida, en sus seres queridos, en lo que faltó decirles u oírles decir, en lo que hicieron y le legaron y en lo que quedó por hacer, en su memoria y notará como están bien presentes, siempre latentes, porque los seres humanos no nos extinguimos sino hasta que nuestra memoria desaparece.