
5 LEGADOS QUE NOS INMORTALIZAN
Las personas vivimos apremiadas por tener, quizás no tanto por la necesidad de consumir o de poseer algo, sino más bien, por la creencia de que, debemos dejar allanado el contexto material a nuestros descendientes; es decir, vivimos preocupados más por el futuro de los hijos, que, por el futuro propio, hacemos grandes sacrificios para darles a ellos cuanto nos sea posible para hacerles más fácil la vida.
No hay ninguna contradicción entre construir un legado material, concreto, provechoso para las siguientes generaciones, y construir un legado trascendente; dicho de otro modo: hacer cuánto esté a nuestro alcance para darle a nuestros descendientes la oportunidad de prosperar evitando los sinsabores de la construcción de la riqueza que podamos proporcionarnos, no implica que, además de emprender un esfuerzo duplicado para garantizarnos a nosotros mismos bienes de fortuna que podamos dejar a otros, también hagamos cuanto nos sea posible por cultivar los vínculos que nos permitirán permanecer en la memoria de quienes nos sobreviven.
En este artículo queremos comprender los distintos legados que podemos dejar a las futuras generaciones, para que no nos limitemos solo a complacernos con lo material, porque, aunque es muy benéfico, nunca es suficiente.
Clasificaremos los distintos tipos de legados que existen en cinco grandes categorías, de acuerdo a los distintos planos de la personalidad que nos permiten generar riquezas, cuando sabemos desarrollarlos eficazmente.
Legado material: hay numerosas formas de generar riquezas y construir un legado material: fortuna financiera, bienes raíces, activos de todo tipo, pero la más sólida de todas es trabajando y trabajar implica desarrollar un método que nos permita no solo gestionar los recursos de que disponemos, sino estandarizar esa gestión, así que nuestro legado material no solo se suscribe al resultado de lo trabajado, sino que debe sostenerse sobre el modelo de negocio, sobre la ciencia aplicada, heredamos a las futuras generaciones no solo lo que obtuvimos, sino también el método que les permitirá aumentarlo, enriquecerlo, mejorarlo, expandirlo.
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Legado emocional: ser padre no es un asunto fácil, aunque si es un asunto sencillo; lo sencillo no prescinde de la complejidad, solo hace que esta sea más clara ante nuestra mirada; la paternidad es una de las relaciones más complejas que hay, porque los hijos, personas con un instinto natural a la autonomía, plena, no deciden quiénes serán sus padres y los padres, aunque tienen cierta autoridad durante los primeros años de vida de sus hijos y poseen la custodia de estos para orientarlos según su criterio durante algunos años más, no deciden quiénes van a ser sus hijos; la personalidad, los deseos, intereses, aficiones, vocación, de estos, es suya y solo suya y es el deber de los padres siempre construir una relación significativa con sus hijos, brindarles un espacio seguro, confiable, garantizarles el libre desarrollo de su personalidad, sin mayores objeciones que las naturales y esto no siempre resulta muy bien, por lo que, nuestra herencia debe fundarse en el reconocimiento de sus éxitos, en la confianza que depositemos en ellos para sucedernos, en una amistad basada en el respeto y admiración sin lugar a dudas, las futuras generaciones deben saber que les amamos, que les respetamos, que les confiamos el futuro, sin condicionamientos, pues son ellos los dueños de su propio destino.
Legado social: los seres humanos conformamos, a partir de nuestro propio desarrollo, comunidades que se van ampliando a medida que se complejizan las relaciones sociales entre grupos: la vecindad, la ciudad, el país, un Estado, la Comunidad Internacional, la empresa, la iglesia, una asociación civil, fundación, organización gremial, sindicato; conformamos comunidades geográficas, demográficas, sociográficas, nos afiliamos a ellas y participamos, a través de ellas, del desarrollo común de nuestro mundo. ¿Cómo construimos un legado que sirva a nuestra vecindad, a nuestro país, a nuestra empresa, a nuestra iglesia? Pues existen muchas maneras, pero todas pasan por ser aportes significativos: no basta con el pago de impuestos o una destacada participación en determinada protesta, hay que hacerse imprescindible, brindarle al mundo, más que nuestra perspectiva, acciones encaminadas a transformarlo positivamente: dirigiendo el gremio al que pertenecemos, participando de algún comité político que vigila la gestión política o incluso, aventurándonos a postularnos para encabezar la gestión política de nuestra comunidad, presidiendo una fundación, trabajando incansablemente en la resolución de problemas sociales: atendiendo de raíz la pobreza, educación, salud. Si así lo hacemos, heredamos a las futuras generaciones un mundo mejor, más vivible.
Legado intelectual: Lo que heredamos a nuestra sociedad puede, muchas veces confundirse con lo que heredamos al mundo, a partir de nuestra producción intelectual; aquí hemos separado lo social: visto como el aporte concreto, materializado en la realidad tangible, de nuestra parte a aquellas necesidades de nuestra comunidad que logramos satisfacer y transformar en éxitos, de lo intelectual, que se diferencia por constituir la expresión de nuestra visión del mundo compartida con otros, a través de nuestra obra artística, científica, filosófica, en objetos de valor intelectual: obras pictóricas, escultóricas, fotográficas, audiovisuales, literarias, ensayísticas, periodísticas, tecnológicas, en fin. El trabajo que desarrollamos desde nuestro intelecto puede, por supuesto, enriquecer nuestro legado material, nuestro legado emocional y nuestro legado social; aunque no lo constituya completamente; sin embargo, es importante que siempre dejemos una herencia intelectual, que la gente no solo nos recuerde por lo que hicimos alguna vez, sino por lo que solíamos pensar, por lo que creímos, por aquello que logramos descubrir y poner de manifiesto.
Legado espiritual: solemos pasearnos por la vida creyendo que nuestras creencias religiosas son suficientes; que tenemos garantizada una vida plena en el más allá, en la misma medida en que pertenecemos y asistimos con cierta regularidad a determinada confesión religiosa; solemos creer incluso que, si somos fieles al cumplimiento de la moral religiosa, trascendemos. La cuestión espiritual nos obliga a entender nuestro propósito en el mundo, nuestra herencia espiritual debe dar cuenta de ese propósito: ¿fuimos lo suficientemente valientes para liberarnos de todo condicionamiento y encontrar la paz que nos proporciona el comprendernos uno con el todo? ¿hicimos todo cuánto estuvo a nuestro alcance por compenetrarnos en un amor genuino con el género humano, manifestado en el otro? ¿vivimos a plenitud? La verdad espiritual última siempre deja en nosotros una marca imborrable, esa chispa, ese don que recibimos, que no se expresa con palabras, sino con gestos, sublimes y únicos, es nuestra herencia más importante y esta seguramente guiará a las demás, tendrá resonancia en todas y las magnificará, porque esa es la facultad que tiene la herencia espiritual que dejamos en otros.