
CLAVES PARA SUPERAR EL DUELO
De acuerdo con los especialistas, toda pérdida, sea natural o no, es percibida como un abandono; no se trata de un juicio apresurado ni de alguna descalificación; ni media en esta sensación el amor o compromiso que se tenga; sencillamente nuestra psique procesa la pérdida, de un ser querido, como una ausencia forzosa, como un abandono y ello nos produce dolor y una sensación de soledad tremenda; pero existen claves que nos permiten entender esto y procesar la emoción para superar el sentimiento de abandono y así trascender el duelo.
Estas claves no implican la desaparición del duelo, pero lo explican; es decir, en vez de buscar su erradicación por medios sinuosos, lo que hacen es buscar que afloren las emociones y sensaciones que permitirán mitigar el dolor y comprender sus causas.
No es un proceso enteramente racional, pero tampoco permanece atado a lo emocional, involucra a ambos planos de la personalidad, por cuanto radica en la conducta, es una actitud con énfasis poderoso en el cambio de nuestros hábitos, en la adopción de un nuevo comportamiento.
Veamos; los momentos inmediatamente posteriores al deceso de un ser querido, próximo, son complejos, hay que dividir la atención en dos direcciones, la pragmática, por la que daremos cauce a los trámites y gestiones de rigor y la dogmática, que hace que emerjan todas nuestras creencias (las auténticas), temores, juicios, valores, respecto de la muerte, generando serios cuestionamientos, negaciones, afirmaciones, declaraciones paradigmáticas que pueden, en algunos casos, superponerse a la dirección pragmática incluso.
Las claves para gestionar racional, emocional y conductualmente este proceso inmediato son tres:
1. Prepararse no es anticipar el momento de la muerte, ni regocijarse en él; es disfrutar de cada aspecto que las personas que conforman nuestro círculo íntimo nos brindan, conocerlas, aceptarlas, establecer diálogos generativos con ellas, procurar siempre construir y optimizar esas relaciones, al punto de que la intimidad alcance tales niveles que al momento de partir, la persona esté suficientemente presente en nuestras vidas como para aceptar la pérdida física.
Por supuesto que debemos siempre revisar lo que pensamos, creemos, dejamos entrar en nuestra cosmovisión, sobre la muerte; si la consideramos tabú, si no hablamos de ella, eso no implica que deje de existir, pero explica el enorme miedo que sentimos de solo pensar en ella; perder ese miedo no nos libra, pero nos permite abrirnos a la posibilidad cierta de que ocurra, nos permite dominarnos y entender que no hay reglas establecidas, la única condición que hay que cumplir para morir, es estar vivo.
Quizás suene demasiado crudo, pero deténgase un minuto a reflexionar: ¿estoy yo viviendo plenamente hoy? Si mañana, dejara de estar en este mundo, la pregunta más importante no es ¿a dónde vamos? Sino qué hemos hecho o dejado de hacer para permanecer vivos, presentes, en los demás, en los que nos rodean; ¿qué tantos amigos tenemos? ¿estamos siempre presentes en sus momentos importantes? Con nuestra familia ¿sostenemos diálogos que nos acerquen a ellos, aceptando y amando sin ambages? ¿estoy dando el 101 % en mi vida profesional? ¿estoy trabajando para lograr mis anhelos, mis deseos, para gozar del placer de vivir, para intentar cosas nuevas, atreverme a entender otras experiencias desde el yo o solo estoy repitiendo rutinas? ¿estoy pensando y deseando más allá de las simplezas que me ofrece el consumo de experiencias finitas e intrascendentes?
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Nuestro intelecto debe taladrarnos cada vez que estemos en nuestro trabajo, con nuestros hijos, hermanos, primos, padres, amigos, cada vez que se nos presente la oportunidad de un viaje, de aprender un idioma, de escribir un libro, de sembrar un árbol, de practicar un deporte, de entender la técnica detrás del arte, de plasmar en un poema, en un lienzo, en una canción, lo que sentimos; si nos enfocamos en ello, seguro que recibiremos una buena recompensa y nuestras pérdidas dolerán menos.
2. Vivir el presente es cosa complicada, sobre todo cuando nuestro presente es tan fugaz, tan instantáneo, tan acelerado que cambia minuto a minuto; por ello conviene aprender a respirar, a diferenciar el tiempo del tempo, a actuar en ambas magnitudes, articulándolas en nuestra cotidianidad.
Así pues nuestro trabajo no nos consumirá la vida, porque habrá siempre tiempo para dedicarlo a otras cosas, o no nos afanaremos innecesariamente en determinado nudo que nos haga pensar que estamos “perdiendo” el tiempo; simplemente tendremos la libertad de decidir: quiero o no seguir aquí, ¿lo necesito o puede prescindir de esta experiencia? Decir no, afirmando nuestra individualidad, entender los no de otros, respetando su individualidad; y decir adiós cuando hay que hacerlo nos ayudará a procesar la pérdida como un aspecto esencial de la vida.
Nuestras experiencias, por muy trascendentes que sean, siempre acaban, disfrutarlas el tiempo justo, nos da una nueva perspectiva de la vida: siempre el mundo sigue girando, sigue ocurriendo, estemos en él o no, estén otros o no; vivir el tempo nos ayuda a trazarnos presentes suficientemente largos como para darnos la libertad de vivir, pero también suficientemente cortos como para limitar nuestros apegos a las circunstancias que determinan una experiencia.
Cerrar ciclos, y abrir nuevos ciclos es vital para aprender a vivir tempos.
3. Finalmente, la última de las claves es comprender que nuestra idea de justicia muchas veces se opone al concepto absoluto de justicia; existen conceptos absolutos, o imperativos categóricos, que determinan una regla universal, pero nosotros solemos aprender estos conceptos y afirmarlos desde nuestra perspectiva y sobre esa base actuamos.
Si entendemos que hay un orden natural que nos sobrepasa y que nuestro marco normativo es limitado por cuanto obedece a nuestra experiencia incompleta, seguramente aprenderemos a tolerar aspectos de la vida como el fracaso, el abandono, sin que esto suponga aspirar a ello, pero si teniendo consideración de que estos momentos fallidos tendrán, muy a menudo, lugar en nuestra vida y hay que saber sortearlos, porque no se trata de injusticias, sino de momentos que configuran un ritmo y que si sabemos sobreponernos a ellos, no haremos que desaparezcan, pero aprenderemos.
En conclusión, para afrontar una pérdida, y superar nuestro duelo, hay que aprender que prepararnos no es anticipar, sino vivir de un modo abierto al cambio, sabiendo calcular los tiempos y tempos, para abrir y cerrar ciclos y finalmente, aprender de cada experiencia, circunstancia o desafío que no logremos vencer.
Si vivimos de esa manera, no cabe la menor duda de que nuestro dolor será menor y habrá muchas más razones para contrarrestarlo.